
Su suavidad y fragilidad puede ser para nosotros, creyentes, un eco de la necesidad de calma, de introspección, de confianza y, en muchos casos, de descanso en el amor divino.
En la Anunciación, el “hágase” de María como esclava, abre nuevos caminos a un servicio y entrega total a Dios y a la humanidad en la que la Iglesia, sigue siendo, en la lucha diaria, modelo de entrega y cercanía a sus hijos y fuente renovada de confianza y seguridad en el quehacer del Señor.