
María nos recuerda que la verdadera hermosura y la belleza, lejos de la apariencia exterior de cada persona, hunden sus raíces en lo más profundo del amor y la generosidad, reflejos de la luz de Dios en cada acción.
La duda y la pequeñez de una esclava como María, ilumina la presencia y la vida de una Iglesia en la periferia y abierta a los pobres que proyecta su amor maternal.
Nos anima a cultivar la belleza del corazón, a vivir con alegría y a compartir la buena noticia del Evangelio en y para el Mundo.